Ha existido una tendencia muy generalizada, incluso en muchos ritos francmasónicos, de otorgar mayor valor a lo espiritual en detrimento de lo material, de considerar el mundo como una cárcel, un castigo que debemos superar para recibir el beneficio de una vida eterna en el cielo, y justo en éste -entre otros aspectos- es que se halla la clave del éxito del cristianismo en el decadente Egipto.
Kémit (no el decadente Egipto) era el equilibrio (Maat), la paz y la coexistencia de lo espiritual y lo material. Durante milenios el hombre había cuidado ambos aspectos por ser parte de la Creación. Ambos aspectos son uno solo, expresión de aquel principio que recibió múltiples nombres y que aborda muy bien en la primera mitad del libro y que, al final, deviene en el más conocido por los occidentales como Thot, el Hermes griego, el Mercurio romano, el mismo que aparece en las pértigas de algunos oficiales de logia (según el rito), a veces solo representado por una paloma o por unas alas.
Durante la decadencia y etapa final, Alejandrina, de lo que quedaba del antiguo Kémit, surgió una nueva clase de personas, los cristianos. El cristianismo tuvo inicialmente éxito en el decadente Egipto debido a varios aspectos, pero la vida más allá de la muerte podría ser clave en ello. Su éxito se vió limitado siglos después por la entrada del Islam.
Todo el proceso descrito en su libro nos lleva al final a una terrible conclusión. Que la Iniciación no es la última y más excelsa de las posibilidades del Hombre, es más bien fruto de la caida del mismo. La necesidad de Iniciar en los Misterios por haber perdido la Humanidad el contacto con lo divino tal y como fue al principio. Ello apunta a que la Iniciación termina siendo una figura de la decadencia, una necesaria herramienta cuando se ha perdido la verdadera palabra.